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Malas

By septiembre 2, 2012septiembre 15th, 2014Críticas de cine, películas y análisis

Malas

por Dolores Bravo

Hay una línea muy delgada entre un antagonista y su opuesto, hay un punto que no se puede alcanzar, no deben tener debilidades porque entonces podría ocurrir que las entendiéramos, que nos apiadáramos de ellas, que la empatía se apoderara de nosotros y serian susceptibles de ser perdonadas.

En algunos casos, el hecho de que suelan coincidir con personas frágiles de una manera enfermiza y con un toque pusilánime las complica el trabajo o, a nuestros ojos, se lo facilita, pueden abandonarse a su malicia con total intensidad.

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Yo conocí primero a las malas de Disney, hermosas, esbeltas y con rasgos afilados. Nunca fue un trauma ver aquellas películas pero si admitir que siempre me gusto más, mucho más la Reina Malvada de Blancanieves. Incluso cuando todo cambió y se introdujeron nuevos arquetipos, como Úrsula en La Sirenita. Aquella mujer inmensa, con ese corte de pelo tan ideal y con un traje de licra que hablaba usando aquellas frases ingeniosas y cínicas: “¿Qué comes que adivinas?”, viviendo en un lugar tan aburrido como el fondo del mar. Y su némesis era una niña pija con un don como su voz que nunca supo apreciar, un cangrejo como un asistente personal y guardaespaldas a la vez. Si hubiera vivido por aquí hubiera llorado por una Vespa pero bajo el mar lo único que quería era salir a la superficie y casarse, casarse con el príncipe del reino más cercano abandonando a su familia y su casa. Cuanto más la veo, y han sido veces, más me molesta que esa pequeña mema pelirroja se salga con la suya.

Blancanieves era una niña con tendencia a la autoesclavitud y que nunca se daba cuenta de nada mientras la Malvada Reina era una verdadera hembra, una mujer con criterio y con las ideas claras. Si hubiera sido Cesar Borgia y Maquiavelo hubiera escrito un pequeño ensayo para justificar sus excesos todos hubiéramos dudado, al menos, de si querríamos que nos gobernara aquella mujerona o la pobre niña con extraños amigos y tan maleable.

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La Señora Danvers, el ama de llaves de Rebeca, con una devoción enfermiza por su señora muerta, debió ser tan hermosa, tan fría y distante, tan digna de admirar… Su figura erguida, de luto absoluto y herida por la facilidad con la que su señor ha cambiado a la mujer perfecta por una pobre chica insegura y hermosa sin adornos ni artificios La forma en que lo invade todo, cómo poco a poco consigue dominar a la nueva señora y con qué facilidad ocupa un espacio en el que ni siquiera Lawrence Olivier se entromete. En ningún momento él llega a discutir con ella, no la rechista nadie pero no deja de ser una sirvienta, no tiene poder o parece no creer que lo tenga para rematar su plan y ante eso prefiere destruir el lugar donde fue feliz con su señora antes que ver como otros son felices allí.

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Incluso la propia Rebeca representa un tipo de maldad clásico. Era la Señora Inviernos, por amor de dios. Ambiciosa y manipuladora gracias al poder que le otorga su belleza y su estatus y más peligrosa porque está muerta. Solo conocemos su personalidad por lo que nos van contando y vamos descubriendo y sobre todo porque se la coloca justo frente de la hermosa, sencilla y nueva Señora Winters. Nos ofende que todas sus cosas sigan por la casa, que su presencia sea tan incómoda pero en realidad ella no tiene nada que ver. Un vestido que vistió una noche de fiesta es suficiente para arruinar una velada. Una maldad intolerable para la época porque se caso por interés y porque su rastro casi se puede oler en la casa (y en la película). Los muertos no tienen defectos o no pueden adquirirlos, al menos, así que siempre serán hermosos si lo eran cuando se fueron. Nunca una mala tuvo tanta habilidad para amargarle la vida a la protagonista únicamente a través de su nombre.

Kathy Bates, la Annie Wilkes de Misery. Una mujer que te coloca un tablón entre los tobillos y te los rompe con una maza con la misma parsimonia con la que prepararía una tila. Cree que el mundo le debe algo y que llegado un momento de saturación tiene derecho a cobrarse sus recompensas en la forma en que ella quiera. Que alguien a quien admiras te haga caso es casi una fantasía adolescente, si ese ser idolatrado te conociera apreciaría lo valioso que eres.

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Es una cuestión de ejemplos infinitos pero a base de ver películas y aplicar un mínimo de crítica empiezas a preguntarte quienes son las verdaderas malas en las películas, que es lo que nos enseñan los protagonistas y en que época lo han hecho y sobre todo por boca de quien hablan, es decir, quien las creo y para qué. Decían de Bárbara Stanwyck en un anuncio de una de sus películas que era la mujer más malvada del cine pero con las piernas más hermosas. De mala a mujer fatal también hay un pequeño paso y a lo mejor el único criterio que las define, en cualquier caso, es que son personajes que nunca sufrieron las carencias que marcan los deseos de sus antagonistas. ¿Cómo resultaría ver esas mismas películas al revés, a través de los ojos que no eran los habituales y en otra época? ¿Quiénes seríamos sin esos clichés y cómo habría influido eso en casi todo lo que conocemos?

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Alcalá de Henares, 30 de julio de 2011

etdk@eltornillodeklaus.com